Pueblos bonitos cerca de Ribadeo

Hay un momento, justo cuando el viento del Cantábrico te ha despeinado lo suficiente, en el que sientes la necesidad de girar la espalda al mar. Ribadeo es magnético, con ese olor a salitre que se te pega a la ropa, pero la provincia de Lugo guarda secretos tierra adentro que la mayoría de turistas pasan por alto mientras corren a reservar mesa en el puerto. A mí me gusta pensar en esta zona como un cofre viejo: por fuera parece austero, pero cuando levantas la tapa, el brillo te deja ciego.

Dejas atrás el azul intenso de la ría y te adentras en un paisaje donde el verde se vuelve casi insolente, salpicado de pizarra y niebla. No busques aquí grandes avenidas ni tiendas de souvenirs de plástico; aquí se viene a tocar piedra fría y a comer hasta perder el sentido. Si estás buscando pueblos bonitos cerca de Ribadeo, prepárate, porque esta ruta no es para mirarla desde la ventanilla del coche, es para bajar y mancharse las zapatillas de historia.

Los pueblos bonitos cerca de Ribadeo

Olvida el GPS por un momento y déjate llevar por carreteras secundarias donde los árboles forman túneles; aquí empieza la verdadera aventura.

Mondoñedo

Llegar a Mondoñedo es como entrar en una novela de realismo mágico donde el tiempo decidió echarse una siesta hace dos siglos. Lo primero que notarás es la humedad, esa que cala los huesos y que da a sus calles empedradas un brillo perpetuo, casi cinematográfico. No es casualidad que aquí naciera Cunqueiro, el señor de la fantasía gallega; al caminar por la plaza de la Catedral, entiendes perfectamente que aquí las leyendas son más reales que las noticias.

La Catedral, conocida como «la arrodillada» por su poca altura, te mira con una sobriedad aplastante, imponiendo respeto sin necesidad de tocar el cielo. Debes perderte por el barrio de Os Muíños, donde el agua corre entre las casas con un sonido constante que te arrulla y te limpia el estrés de golpe. Y por favor, no cometas el pecado de irte sin probar la tarta de Mondoñedo. Es una bomba de cabello de ángel y almendra que te hará replantearte tu dieta, pero te aseguro que cada caloría vale su peso en oro.

Meira

Si Mondoñedo es magia, Meira es silencio, pero un silencio denso, de esos que se escuchan y te obligan a bajar la voz. Este es uno de esos pueblos bonitos cerca de Ribadeo que la gente suele ignorar, y bendito sea ese error, porque te permite disfrutarlo en soledad. La Plaza Mayor es un escenario dominado por la antigua iglesia del monasterio, un gigante cisterciense que parece demasiado grande para el pueblo, como un traje de talla extra que le queda increíblemente elegante.

Entrar en esa iglesia es una experiencia sensorial: huele a cera vieja, a incienso acumulado durante siglos y a piedra húmeda. Pero la verdadera joya está en el Pedregal de Irimia, a un paso del centro, donde nace el río Miño bajo un montón de piedras enormes. No verás un chorro espectacular de agua, sino que escucharás el murmullo del río naciendo bajo tus pies, invisible y tímido. Es un lugar para sentarse, cerrar los ojos y sentir que estás en el origen de todo lo que vertebra Galicia.

Villalba

Villalba (o Vilalba) no intenta seducirte con delicadeza; te gana por el estómago y por su contundencia arquitectónica. Lo que domina el horizonte es la Torre de los Andrade, un torreón octogonal que ahora es Parador y que te hace sentir pequeño y vulnerable, tal como se sentían los campesinos medievales. Subir la mirada hacia sus almenas es viajar al pasado, imaginando flechas y señores feudales con muy malas pulgas controlando el cruce de caminos.

Pero seamos honestos, aquí se viene a seguir el rastro de un aroma inconfundible: el humo. Villalba es la capital del queso San Simón da Costa, esa maravilla con forma de bala y piel ahumada que inunda las charcuterías locales con su olor a madera de abedul. Caminar por sus rúas es un ejercicio de resistencia a la tentación, y te confieso que yo siempre pierdo. Si tienes suerte de pillar día de feria, el bullicio te envolverá y entenderás qué es la vida real en el interior de Lugo.

Salas

Cruzamos la frontera invisible hacia Asturias, porque la geografía no entiende de rayas en el mapa y este lugar lo merece. Salas te golpea visualmente en cuanto pones un pie en su casco histórico, con un aire medieval tan auténtico que esperas ver salir a un caballero en cualquier esquina. La Torre y el Palacio de Valdés Salas son los protagonistas indiscutibles, unidos por un arco de piedra bajo el que pasarás sintiéndote parte de una película de época.

No es un decorado de cartón piedra; aquí la historia pesa, literalmente, sobre los adoquines que pisas al subir hacia la Colegiata. Tienes que visitar el castillo, y te advierto que las vistas desde arriba te regalan una panorámica de tejados y verde asturiano que te cura el alma. Y ojo, que aquí el dulce también es religión: busca las «Carajitos», unas pastas de avellana que son adictivas y peligrosas. Es uno de esos pueblos bonitos cerca de Ribadeo que justifica por sí solo llenar el depósito del coche.

Tineo

Llegar a Tineo es subir un escalón más hacia la montaña, donde el aire se vuelve más fino y el apetito se multiplica por tres. Es una parada clave del Camino Primitivo, y eso se nota en la atmósfera: hay una mezcla de cansancio feliz en los peregrinos y hospitalidad ruda pero sincera en los locales. El paisaje aquí ya no es una colina suave, son montañas serias que abrazan el pueblo y te hacen sentir protegido y aislado del mundo moderno.

Lo que realmente te va a enamorar es el Museo de Arte Sacro, pero te mentiría si no te dijera que el verdadero monumento aquí es el Chosco. Este embutido local es una institución, y el olor a ahumado y pimentón que sale de las cocinas te hará salivar antes de que te des cuenta. Siéntate en cualquier taberna y pide una ración; es sabor concentrado, potente y sin tonterías. Es el broche de oro para cerrar esta lista de pueblos bonitos cerca de Ribadeo, con el estómago lleno y la promesa de volver.