Pueblos bonitos cerca de Santa Pola

Alicante es mucho más que esa postal inamovible de sombrillas, salitre y arena pegada a la piel. Si te alejas un poco de la orilla, la provincia se transforma en un escenario de piedra tostada y valles que parecen guardar secretos a voces. Santa Pola es el campo base perfecto: un ancla marinera desde la que puedes lanzar expediciones hacia el interior. Recuerdo la primera vez que di la espalda al mar; el aire cambió, volviéndose más seco y cargado de aromas a romero y pólvora.

No se trata de hacer turismo de «check-list», sino de dejarse llevar por carreteras secundarias donde el GPS a veces duda. Hay una autenticidad brutal en el interior, una mezcla de historia bélica y vida tranquila que te atrapa sin remedio. Si estás buscando pueblos bonitos cerca de Santa Pola, prepárate, porque esta ruta no es para ver escaparates, sino para sentir el pulso de la tierra.

Los pueblos bonitos cerca de Santa Pola

Olvida por un momento el bullicio del paseo marítimo; nos vamos a adentrar en el delicioso caos de fortalezas, vino y silencio.

Ricote

Entrar en el Valle de Ricote es como sufrir un pequeño y delicioso cortocircuito temporal que te transporta directamente a la época andalusí. El verde aquí es casi agresivo, un contraste brutal con la aridez circundante gracias al río Segura, que serpentea como una culebra plateada entre huertas. El aire huele intensamente a limonero y tierra mojada, un perfume natural que te despierta los sentidos al instante.

No es solo un pueblo, es una atmósfera densa donde parece que el reloj se ha tomado una siesta bajo una palmera. Callejear por aquí es aceptar que te vas a perder, y te aseguro que es lo mejor que te puede pasar. No te vayas sin probar el vino local, o simplemente siéntate en un banco a ver cómo la luz de la tarde dora las fachadas. Es un rincón que se siente privado, ajeno a las prisas del mundo moderno.

Petrer

Petrer tiene una personalidad dividida que fascina: por un lado es moderno y bullicioso, y por otro, un laberinto medieval de calles empinadas que te roban el aliento. Todo el conjunto vive bajo la mirada severa del Castillo de Petrer, que domina el horizonte como un abuelo protector vigilando a su familia. Subir hasta él es un ejercicio de cardio considerable, pero las vistas desde las almenas justifican cada gota de sudor.

Lo que realmente me conquistó fue el barrio antiguo, con sus casas encaladas y macetas de geranios que desafían la gravedad en balcones imposibles. Tienes que visitar sus curiosas casas-cueva, excavadas en la roca, que te recuerdan el ingenio de la gente antes de que existiera el aire acondicionado. En mi búsqueda de pueblos bonitos cerca de Santa Pola, Petrer destaca por ese equilibrio perfecto entre patrimonio vivo y funcionalidad.

Jumilla

Seamos honestos: probablemente vienes aquí por el vino, pero te quedarás porque el lugar tiene una belleza recia y magnética. El ambiente está impregnado de un olor dulzón a uva fermentada y madera de roble, una fragancia embriagadora que parece salir de los propios adoquines. Sin embargo, lo que te hace sentir pequeño es el inmenso Castillo de Jumilla, encaramado tan alto que el vértigo deja de ser una opción para ser una certeza.

Subir allí arriba me hizo sentir como si acabara de conquistar un pequeño reino; el mar de viñedos a tus pies es un espectáculo de verdes y ocres. La visita a una bodega es obligatoria, porque irse sin catar un Monastrell en su tierra natal debería estar penado por ley. Aquí la arquitectura no susurra, grita historia con muros gruesos y piedras que han visto pasar siglos.

Sax

Si buscas esa imagen dramática de una fortaleza desafiando las leyes de la física, Sax se lleva el premio gordo. El Castillo de Sax se balancea sobre una cresta de roca caliza tan afilada que te preguntas cómo no se ha deslizado montaña abajo todavía. Al atardecer, la peña se tiñe de un naranja furioso y la silueta del castillo parece sacada de una novela de fantasía épica.

Caminar por el pueblo es encontrarse con calles empinadas, silenciosas y sorprendentemente acogedoras, que huelen ligeramente a leña quemada en los meses fríos. Es una de esas joyas ocultas que, por suerte, todavía no ha sido invadida por las tiendas de souvenirs de plástico. Cuando me preguntan por pueblos bonitos cerca de Santa Pola que queden bien en Instagram, siempre señalo este lugar; es imposible sacar una mala foto aquí.

Castalla

Castalla me recibió con el aroma contundente de un gazpacho manchego, un abrazo culinario necesario para afrontar la subida que te espera. Coronando el cerro se alza el Castillo de Castalla, una fortificación que luce impecablemente conservada, como si los arqueros acabaran de salir a tomar un café. El camino de ascenso serpentea entre pinos y rocas, ofreciendo una desconexión total del ruido urbano.

Desde las murallas, el valle se abre como un mapa inmenso, verde y vasto, regalándote una sensación de libertad absoluta. Pasear por el casco antiguo es un placer lento, donde el único sonido es el eco de tus propios pasos sobre la piedra. Es un lugar sin pretensiones, profundamente arraigado en la tradición y perfecto para bajar las revoluciones. Si necesitas reiniciar la mente, este es el sitio exacto para hacerlo.

Villena

Villena no es un pueblo más; es el peso pesado, la grandeza señorial en medio de la ruta. El Castillo de la Atalaya es una bestia de fortaleza, con dobles murallas que te hacen preguntar quién osaría siquiera intentar atacarlo en su época. Sus interiores son igual de impresionantes, con bóvedas almohades que te obligan a hablar en susurros por puro respeto a la ingeniería antigua.

Pero Villena no es solo piedra militar; es un cofre del tesoro, literalmente, dada la famosa colección de oro de la Edad del Bronce que se encontró aquí. Las calles vibran con vida, mezclando iglesias majestuosas con bares de tapas donde el griterío es sinónimo de calidad. Es el broche final ideal para esta lista de pueblos bonitos cerca de Santa Pola, demostrando que la historia se digiere mejor con una copa de vino en la mano.