Zaragoza es una provincia que engaña a quien solo la mira de paso desde la ventanilla de un tren de alta velocidad. Cerca de los límites con Navarra y Soria, el Moncayo ejerce como un patriarca de roca y nieve que lo vigila todo, dictando un clima que hoy te regala un sol de justicia y mañana un cierzo que te obliga a apretar los dientes. Tarazona, con su catedral de ladrillo que parece un encaje mudéjar y sus casas colgadas, es el imán evidente.
Pero te aseguro que, si te alejas apenas unos kilómetros, la geografía se vuelve más salvaje y los pueblos parecen brotar de la misma tierra rojiza. Aquí el aire huele a romero seco y a hogar de leña, y el silencio solo se rompe por el graznido de alguna rapaz sobrevolando las torres. Explorar los pueblos bonitos cerca de Tarazona es, en realidad, un ejercicio de arqueología emocional, donde cada piedra tiene una muesca de guerra o una leyenda que contarte al oído.
Basta con cruzar un par de fronteras invisibles para descubrir que la sombra del Moncayo esconde rincones donde el tiempo se mide en siglos y no en minutos.
Cascante
Nada más cruzar a tierras navarras te topas con Cascante, un lugar que te recibe con el aroma del aceite de oliva recién prensado. Lo que realmente me dejó sin palabras fue su galería de arcos, una arquería larguísima que sube hasta la Basílica del Romero y que parece diseñada para que los pensamientos fluyan sin prisa.

Si el cierzo te ha dejado los huesos algo rígidos, el centro termolúdico de Cascante es la salvación: sumergirse en sus aguas mientras ves el paisaje a través de los ventanales es un placer casi romano. Es uno de esos pueblos bonitos cerca de Tarazona donde la solera de sus casas señoriales convive con un bienestar moderno que no desentona. Te recomiendo caminar por sus calles bajas al mediodía, cuando el sol rebota en la piedra clara y el pueblo parece entrar en un letargo delicioso.
Ablitas
En Ablitas, la historia se toca con las manos, especialmente cuando subes a los restos de su Castillo de Ablitas, que resiste el paso del tiempo con una dignidad de hierro. Desde allí, la vista se pierde hacia la Laguna de Lor, un espejo de agua donde las aves se detienen a descansar y que parece un espejismo en medio de la tierra parda.

Si te gusta mirar hacia arriba, el Mirador estelar de Ablitas es un punto privilegiado; aquí la oscuridad es real y las estrellas parecen estar al alcance de la mano. Buscando pueblos bonitos cerca de Tarazona, me encontré con este rincón donde la noche tiene un peso propio y el aire es tan puro que casi muerde. Es un lugar de contrastes brutales, entre la piedra calcinada de la fortaleza y el azul profundo del cielo nocturno.
Grisel
Grisel es pequeño en tamaño pero enorme en sorpresas, empezando por su Castillo de Grisel, una fortaleza gótica donde hoy puedes dormir entre muros que han visto pasar de todo. A un paseo corto del casco urbano se encuentra el Pozo de los Aines, una especie de cenote inesperado donde el verde de los helechos y el frescor de la humedad te transportan a otro planeta.

Bajé las escaleras y te aseguro que el cambio de temperatura es un alivio casi místico, como si la tierra se hubiera abierto para esconder un jardín secreto. Es otro de los pueblos bonitos cerca de Tarazona que demuestra que la naturaleza aquí tiene un punto caprichoso y dramático. No busques grandes avenidas; lo que engancha de Grisel es ese laberinto de calles estrechas donde cada puerta de madera parece guardar un secreto medieval.
Trasmoz
Llegar a Trasmoz es entrar en territorio de leyenda, un pueblo que presume con orgullo de ser el único oficialmente excomulgado de España. Su castillo domina la loma, una construcción rotunda que parece sacada de un grabado de Bécquer, quien se paseó por aquí buscando historias de brujas para sus cartas.

Caminar por sus cuestas es sentir que el aire tiene una carga distinta, un toque de misterio que los vecinos alimentan con una naturalidad que te deja descolocado. No es un decorado para turistas, es que aquí la brujería es parte del ADN local y se celebra con una ironía que te obliga a sonreír. Es la parada necesaria para quienes prefieren los relatos de hechizos y aquelarres a los aburridos folletos de historia oficial.
Ágreda
Ágreda te recibe ya en tierras sorianas con su imponente Torreón de la Muela, un balcón que te permite vigilar la raya entre reinos mientras el viento te despeja las ideas. Te recomiendo asomarte al Mirador Carretera De Vozmediano; desde allí el Moncayo se ve tan cerca que parece que puedas tocar la nieve de la cumbre con los dedos.

Cruzar su arco árabe es retroceder a la época en que tres culturas convivían en estas calles, dejando un rastro de piedra y geometría que aún sobrevive. Para terminar, nada como el Parque de la Dehesa, un pulmón verde donde el agua corre con alegría y los árboles centenarios dan una sombra que se agradece tras tanto castillo. Es una villa con solera, donde el sonido de las fuentes de fondo y el olor a pan de pueblo te reconcilian con la vida pausada.