Tarragona tiene esa luz mediterránea que, al caer la tarde, parece bañarlo todo en un aceite dorado. Roda de Bará suele llevarse los flashes por su arco romano, ese gigante de piedra que sigue viendo pasar el tráfico como quien mira llover desde hace siglos, pero te aseguro que la verdadera magia ocurre cuando decides salir de la carretera principal.
Es una costa de contrastes, donde las vías del tren acarician la arena y el aroma de los pinos se funde con el horizonte infinito. Aquí el tiempo se mide en las horas que tardas en decidir qué cala tiene el agua más cristalina o en qué terraza el vermut sabe más a gloria. Explorar los pueblos bonitos cerca de Roda de Bará es descubrir que, más allá de las guías convencionales, sobrevive una Cataluña de fortalezas que vigilan la espuma del mar y villas romanas que aún parecen esperar a sus dueños bajo el sol.
Si tienes el coche aparcado y buscas esa sensación de libertad que solo da el litoral, olvida el GPS y déjate llevar por esta línea de costa donde cada parada es un mundo distinto.
Tamarit
Tamarit no es un pueblo al uso, es un impacto visual que te deja mudo la primera vez que lo ves. Su castillo se levanta directamente sobre la roca, con los pies en el agua, desafiando al oleaje como si el tiempo no hubiera pasado desde el siglo XI.

Te confieso que pocos lugares hay más sugerentes para disfrutar de un atardecer en la Cala Jovera, justo a los pies de la muralla, donde el cielo se vuelve violeta y las piedras de la fortaleza parecen encenderse. Es uno de esos pueblos bonitos cerca de Roda de Bará donde el paisaje es tan armónico que parece un decorado de cine clásico. No hay mejor plan que caminar por el sendero litoral y ver cómo la silueta del castillo se recorta, imperturbable, contra la línea azul.
Altafulla
Altafulla tiene dos caras y ambas te van a seducir: el «Vila Closa», su casco antiguo amurallado, y su barrio marítimo de fachadas blancas y persianas de madera. El castillo de los Montserrat domina la parte alta, una mole de piedra señorial que vigila calles donde el eco de tus pasos sobre el empedrado es lo único que rompe el silencio del mediodía.

A un paseo de distancia, puedes retroceder dos mil años visitando la Villa romana dels Munts, donde casi puedes imaginar a los aristócratas de Tarraco disfrutando de sus termas con vistas al mar. Es una parada obligatoria en la ruta de pueblos bonitos cerca de Roda de Bará, terminando siempre en su paseo marítimo, salpicado de antiguas casas de pescadores. Me encantó ese aire de elegancia relajada, de lugar que no necesita artificios para demostrar su solera.
Creixell
Creixell es ese vecino discreto que guarda una de las plazas más auténticas de la zona, presidida por una iglesia con una torre que parece vigilar cada movimiento del valle. Pasear por su centro es descubrir casas de piedra que parece de color galleta bajo el sol y rincones donde el tiempo se ha tomado una siesta eterna.

Aunque muchos pasan de largo buscando la primera línea de playa, te aseguro que perderse por sus callejones es encontrar el pulso real de un pueblo tarraconense que aún conserva su arquitectura tradicional. Es el lugar perfecto para alejarse del ritmo frenético de la costa sin perder de vista el mar que asoma, de vez en cuando, entre los tejados de teja árabe. Para mí, representa esa calma necesaria y ese olor a jazmín que a veces el mar oculta.
Comarruga
Comarruga es el lugar donde el agua dulce y la salada deciden darse la mano de la forma más curiosa posible. Lo que más me llamó la atención es el Riuet, un manantial de agua termal que brota en pleno centro y corre por un canal hasta la misma playa, con gente descansando en sus aguas medicinales a todas horas.

Es un lugar con un espíritu familiar innegable, con un paseo marítimo ancho donde los helados y las caminatas sin prisas son los reyes de la jornada. Buscando pueblos bonitos cerca de Roda de Bará, Comarruga te ofrece ese punto de bienestar natural que te deja el ánimo renovado tras un baño en sus corrientes templadas. Es el típico sitio donde acabas guardando el reloj en el bolso y te olvidas de que el mundo exterior sigue girando
Calafell
Calafell es el equilibrio perfecto entre la historia que se toca y el ocio que se disfruta, empezando por su castillo de la Santa Creu, una fortaleza medieval que regala unas vistas espectaculares de toda la costa. Me gustó especialmente la zona de la Ciudadela Ibérica, donde puedes caminar entre casas reconstruidas y sentirte como un habitante de hace más de dos mil años.

Si viajas en familia, el pueblo es un refugio ideal con lugares como el Calafell Slide, un tobogán gigante en plena naturaleza que es pura adrenalina para los más pequeños. El barrio marítimo es un hervidero de vida con terrazas donde el arroz se cocina con el respeto que merece la tradición. Es un destino vibrante que sabe combinar sus raíces romanas e ibéricas con una energía contemporánea que te invita a quedarte una noche más.