Pueblos bonitos cerca de Vilafamés

Castellón tiene esa luz mediterránea que, cuando se aleja apenas unos kilómetros de la costa, se vuelve más densa y se queda atrapada entre paredes de piedra y barrancos de vértigo. Llegar a Vilafamés es entender de golpe que el interior de la provincia no pide permiso para impresionarte, simplemente se desploma sobre el paisaje con una verticalidad que asusta.

Me pasó que, buscando un respiro del asfalto, acabé subiendo por sus calles de trazado árabe, donde el color rojizo de la rodena (esa piedra que parece haber absorbido todos los atardeceres del mundo) lo inunda todo. Coronando el caos ordenado de casas, su castillo vigila el valle con una sobriedad que te hace sentir que el siglo XXI es solo un rumor lejano. Si te dejas llevar por esta ruta de pueblos bonitos cerca de Vilafamés, descubrirás que aquí el tiempo no corre, sino que se sienta a descansar bajo la sombra de una higuera.

Más allá de la famosa roca gigante que parece a punto de rodar cuesta abajo, la comarca esconde paradas que te obligan a echar el freno de mano.

Los pueblos bonitos cerca de Vilafamés más encantadores

Onda

Onda tiene ese aire de ciudad que no necesita presumir para convencerte, pero que te gana en cuanto cruzas su casco histórico. Lo primero que te golpea es la Plaza del Almudín, un espacio porticado que huele a piedra húmeda y a café recién hecho, donde las columnas parecen sostener algo más que techos.

Sin embargo, el verdadero imán visual es su castillo, conocido como el de las 300 torres, una fortaleza que se recorta contra el cielo con una ambición casi infinita. Caminar por su albacara es como leer un manual de estrategia militar en vivo, con vistas que alcanzan la Sierra de Espadán mientras el viento te despeina. Es, de lejos, una de las paradas obligatorias si buscas pueblos bonitos cerca de Vilafamés y quieres entender el peso de la historia local.

Montanejos

Confieso que llegué a Montanejos con el escepticismo de quien ha visto demasiadas fotos retocadas, pero la realidad te abofetea con un azul turquesa imposible. Aquí el río Mijares se encajona entre paredes de caliza que parecen cortadas a cuchillo, creando una piscina natural que mantiene sus aguas a 25 grados todo el año.

La Fuente de los Baños es el lugar donde el concepto de «estrés» muere definitivamente, especialmente si te atreves a nadar contracorriente mientras el vapor se mezcla con el aroma de los pinos. No hay grandes monumentos de piedra tallada, porque aquí la obra maestra es el barranco de la Maimona, un tajo geológico que te hace sentir minúsculo. Es el alivio perfecto tras visitar otros pueblos bonitos cerca de Vilafamés, un recreo para los sentidos donde solo importa el rumor del agua.

Puertomingalvo

Para llegar a este rincón hay que subir hasta que el aire se vuelve afilado y los árboles se inclinan por el cierzo. Puertomingalvo no es un pueblo, es una escultura de roca gris que se asoma a un precipicio con una temeridad envidiable. Sus calles están tan limpias y sus fachadas tan cuidadas que uno siente que debería pedir permiso antes de pisar el empedrado que cruje bajo las botas.

Su castillo, una mole del siglo XIII, domina la frontera entre Castellón y Teruel, recordándote que estas tierras fueron el escenario de conquistas y silencios prolongados. Me quedé un buen rato apoyado en sus muros, mirando un horizonte donde no se veía ni una sola antena, solo montañas puras. Es el más austero de los pueblos bonitos cerca de Vilafamés, pero también el que tiene el silencio más rotundo.

Culla

Culla es, básicamente, un viaje al medievo sin necesidad de efectos especiales ni filtros de Instagram. El pueblo se asienta sobre una muela que domina el Alt Maestrat, y caminar por su judería es un ejercicio de desconexión total donde el eco de tus pasos es el único sonido.

Me sorprendió encontrarme con la Carrasca de Culla, un árbol monumental que parece tener alma propia y que ha visto pasar ejércitos y pastores durante cientos de años. Lo mejor es subir hasta lo más alto, donde las ruinas de su antigua fortaleza te regalan una panorámica de 360 grados que llega hasta el mar en los días claros. Es un lugar que se siente honesto, donde la piedra no está ahí para decorar, sino porque es la piel de una tierra que se niega a cambiar.

Alcalá de Xivert

En Alcalá de Chivert el barroco se pone serio con una torre que parece querer pinchar la luna. Su campanario, uno de los más altos de la región, se ve desde kilómetros de distancia, actuando como un faro terrestre que guía al viajero hacia una iglesia que guarda un interior de una elegancia inesperada.

Pero el alma rebelde del pueblo está en la montaña, en el Castillo de Chivert, una fortificación donde la arquitectura islámica y la templaria se abrazan sobre un risco de la Sierra de Irta. Subir hasta allí es una caminata entre olivos milenarios y matorrales que huelen a tomillo salvaje, culminando en unas vistas donde el azul del Mediterráneo brilla al fondo. Es el cierre perfecto para este cuaderno de viaje, una mezcla de fe y guerra que resume bien el carácter de estos pueblos.

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