Pueblos bonitos cerca de Logroño

Logroño tiene ese imán inevitable que es la calle Laurel, donde el humo de las brasas y el chocar de copas te atrapan en un bucle de felicidad líquida. Sin embargo, si logras salir de la capital de La Rioja y pones rumbo a cualquier punto del horizonte, te das cuenta de que la provincia es mucho más que un gran brindis.

Es una tierra de colores que cambian según la cosecha, donde el ocre de la piedra compite con el verde rabioso de las vides en primavera. Te aseguro que conducir por aquí es como hojear un libro de historia donde cada pocos kilómetros aparece una torre, una muralla o una bodega que huele a roble y espera. Hay una calma muy particular en estos pueblos bonitos cerca de Logroño, una sensación de que el reloj se ha olvidado de dar las horas para que tú puedas disfrutar del silencio.

Basta con alejarse apenas quince minutos del centro para descubrir que los alrededores de la capital riojana esconden tesoros que huelen a historia viva y piedra curtida por el sol.

Pueblos bonitos cerca de Logroño que debes conocer

Agoncillo

Lo primero que te golpea al llegar a Agoncillo es la silueta rotunda del Castillo de Aguas Mansas. No es la típica ruina desdentada, sino una mole de piedra caliza que parece recién lavada y que hoy alberga el ayuntamiento, lo cual me parece la forma más épica de ir a pagar una multa o pedir un padrón.

Caminar por su foso seco te hace sentir diminuto, mientras el sol de la tarde rebota en sus torres cuadradas sacando destellos color arena. Es uno de esos pueblos bonitos cerca de Logroño donde la modernidad convive con un pasado de asedios y caballeros sin despeinarse. Te recomiendo sentarte en la plaza a ver cómo las cigüeñas han hecho de las almenas su ático de lujo privado; es el verdadero ocio local.

Clavijo

Subir a Clavijo es otra liga, literalmente, porque el pueblo está encaramado a una roca que vigila todo el valle del Iregua. Su castillo, una silueta desvencijada y valiente, parece que se va a despeñar en cualquier momento, pero lleva ahí arriba desde el siglo IX aguantando el tipo.

Desde sus muros, la vista es tan vasta que parece que puedes ver el futuro, o al menos decidir en qué bodega vas a cenar esa noche. El viento suele soplar con ganas, trayendo ese olor a tomillo salvaje y tierra seca que tanto caracteriza a la zona alta. Si te dejas perder por sus calles empinadas, descubrirás que aquí el silencio solo lo rompe el eco de tus propios pasos sobre la piedra gastada.

Navarrete

Navarrete tiene ese aire de hospitalidad genuina que solo los pueblos que son parada obligatoria del Camino de Santiago logran conservar. Lo que más me fascinó fue su calle Mayor, con sus soportales de piedra donde los peregrinos descansan las botas mientras el sol calienta el asfalto.

Es un lugar con un pulso constante de gente que va y viene, pero sin las prisas de la ciudad, manteniendo una elegancia de pueblo rico en tradiciones alfareras. Tienes que entrar en la Iglesia de la Asunción; su retablo barroco es tan exageradamente dorado que te obliga a parpadear un par de veces para asimilar tanto brillo. Entre los pueblos bonitos cerca de Logroño, este destaca por esa mezcla de olor a barro húmedo de los talleres y el aroma a leña que sale de las chimeneas.

Laguardia

Cruzar la muralla de Laguardia es, básicamente, entrar en un túnel del tiempo donde los coches no están invitados. El suelo está hueco, literal: el pueblo es un queso de gruyere lleno de cuevas y bodegas subterráneas donde el vino duerme a la temperatura perfecta mientras tú caminas por encima.

Me pasé media tarde mirando el Pórtico de Santa María de los Reyes, que conserva su policromía original y te hace entender que el pasado tenía mucho más color del que nos cuentan los libros. Es, sin duda, la estrella de los pueblos bonitos cerca de Logroño, con sus casas palaciegas y ese ambiente de «mañana será otro día» que se respira en cada rincón. Te aviso: es muy probable que acabes buscando precios de casas en los escaparates de las inmobiliarias locales, porque el sitio engancha.

Leza

Leza es el contrapunto perfecto si buscas algo más íntimo, un pequeño secreto escondido entre los viñedos de la Rioja Alavesa. Es un pueblo menudo, de esos donde las fachadas lucen escudos de armas que te hablan de linajes antiguos y orgullosos.

Lo que más me gustó fue la armonía visual de sus calles, con esa piedra que parece de color galleta y que se vuelve anaranjada cuando empieza a caer el sol. Es el sitio ideal para bajar las revoluciones, pedir un vino de la zona en cualquier barra y simplemente observar cómo las sombras se alargan sobre los campos de cepas. No esperes grandes monumentos, la verdadera atracción aquí es el paisaje infinito de viñedos que rodea el casco urbano como si fuera un mar verde.

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