Pueblos bonitos cerca de Vic

Barcelona es una provincia que a menudo se asocia con el bullicio de sus costas, pero en la comarca de Osona, el paisaje se vuelve denso, brumoso y profundamente auténtico. Vic, con su plaza del mercado que huele a embutido curado y a siglos de tratos ganaderos, es el corazón de esta tierra, pero te aseguro que su periferia guarda mundos que parecen sacados de una novela de caballería.

Aquí el aire tiene un peso distinto; en invierno la niebla lo abraza todo hasta el mediodía y, cuando levanta, revela un horizonte de riscos y masías de piedra que parecen haber brotado de la misma tierra. Si te dejas perder por sus carreteras, verás que el verde de los prados tiene matices que no sabías que existían. Buscar pueblos bonitos cerca de Vic es, en esencia, reconciliarse con el ritmo de las estaciones y con una arquitectura que no sabe de modas pasajeras.

Basta con alejarse apenas quince minutos del templo romano de la capital para descubrir que los alrededores esconden rincones donde el río Ter y la piedra son los únicos protagonistas.

Pueblos bonitos cerca de Vic para tu próxima excursión

Manlleu

Manlleu tiene esa solera de ciudad industrial que ha sabido envejecer con una dignidad asombrosa, mirando siempre de frente al río que le dio la vida. Lo que realmente te atrapa es caminar por el paseo del Ter, un corredor verde donde el sonido del agua fluyendo y el crujir de las hojas secas bajo tus botas te hipnotizan.

Es un lugar que conserva ese aire de trabajo y esfuerzo, visible en sus antiguas fábricas textiles que hoy son museos vivos de una época de vapor y algodón. En esta ruta de pueblos bonitos cerca de Vic, Manlleu destaca por ese equilibrio entre el asfalto y un río que parece querer recuperar su espacio natural a cada paso. Te recomiendo ir al caer la tarde, cuando la luz se filtra entre los árboles y las fachadas de las antiguas colonias adquieren un tono melancólico de postal antigua.

Roda de Ter

En Roda de Ter la literatura y el paisaje se dan la mano de una forma casi mágica, con el recuerdo de Miquel Martí i Pol flotando en cada esquina. Pero el verdadero secreto se encuentra a pocos kilómetros del centro: el monasterio de Sant Pere de Casserres, una joya del románico encallada en un meandro del Ter que te deja sin respiración.

Llegar allí es como alcanzar el fin del mundo; el edificio parece un barco de piedra que ha decidido naufragar voluntariamente sobre el abismo del pantano de Sau. Es uno de esos pueblos bonitos cerca de Vic donde el silencio es tan denso que casi se puede tocar con las manos. Ver cómo los muros de piedra se funden con los riscos es una experiencia que te obliga a guardar el móvil y simplemente respirar la historia que emana de sus naves vacías.

Sant Julià de Vilatorta

Este pueblo es el refugio perfecto para quienes buscan esa Cataluña burguesa de principios de siglo, salpicada de chalets modernistas y jardines que parecen diseñados por un poeta. Sin embargo, lo que me hizo mirar apartamentos en Idealista fue su entorno: el Espacio Natural de las Guilleries-Savassona, un laberinto de bosques donde el verde es tan intenso que casi duele.

Tienes que asomarte sí o sí al Salt de la Minyona, un mirador de vértigo donde los riscos se cortan a cuchillo y el valle queda a tus pies como una maqueta. Es el cierre perfecto para un día de ruta por los pueblos bonitos cerca de Vic, especialmente cuando la bruma empieza a lamer la base de las montañas y tú te sientes el dueño de todo el paisaje. El aire aquí huele a pino y a tierra húmeda, un aroma que se te queda pegado a la ropa y al ánimo durante días.

Taradell

Taradell te recibe con una vitalidad contagiosa y una plaza que es el centro neurálgico de la vida social de la comarca. Lo que domina el horizonte y te obliga a levantar la vista constantemente es su Castillo de Taradell, o lo que queda de él, encaramado sobre una mole de roca que parece una fortaleza natural inexpugnable.

Subir hasta allí arriba es un pequeño reto para las piernas, pero la recompensa es una panorámica de 360 grados sobre la Plana de Vic que te hace sentir minúsculo. El pueblo conserva ese carácter de «pagès» orgulloso, con masías monumentales que guardan la esencia de una tierra que siempre ha vivido de lo que da el campo. Es un rincón honesto, donde el eco de tus pasos por el núcleo antiguo te cuenta historias de bandoleros y señores feudales.

Tona

Tona es conocida por sus aguas medicinales y ese aire de balneario señorial, pero su verdadera joya corona el pueblo desde las alturas. El Castillo de Tona, con su torre de defensa y la iglesia de Sant Andreu, se recorta contra el cielo como un centinela que se niega a abandonar su puesto de guardia.

Pasear por la loma del castillo es como caminar por la cresta de la historia, viendo cómo el pueblo moderno ha ido creciendo a los pies de la antigua acrópolis. Me sorprendió la limpieza visual de sus restos y esa sensación de orden que transmite todo el conjunto monumental, especialmente cuando el sol del atardecer tiñe la piedra de un color galleta. Es el lugar ideal para terminar el viaje, contemplando cómo se encienden las luces de la llanura mientras el viento te despeja las ideas.

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