La provincia de Lugo tiene una forma muy particular de entender el tiempo, especialmente cuando te sitúas en la Mariña Lucense. Foz funciona como el campamento base perfecto, con sus playas de arena que parece azúcar glass y ese aire de veraneo de toda la vida. Pero te aseguro que, si cierras la puerta del apartamento y conduces apenas veinte minutos en cualquier dirección, la costa se vuelve más dramática y el interior más literario.
Hay algo en el norte de Galicia que te obliga a bajar las ventanillas para que el olor a eucalipto y salitre te golpee la cara antes de llegar a destino. No es una zona de grandes lujos impostados, sino de tabernas donde el mantel es de papel y el pulpo sabe a gloria bendita. Explorar los pueblos bonitos cerca de Foz es aceptar que vas a terminar con los zapatos manchados de barro o arena, pero con la memoria llena de azules imposibles y piedras que cuentan historias de indianos y vikingos.
Si ya te has cansado de las olas de Rapadoira, arranca el coche porque lo que viene a continuación es el verdadero carácter de A Mariña en vena.
Pueblos bonitos cerca de Foz llenos de historia
Ribadeo
Llegar a Ribadeo es como entrar en el salón de una casa noble que no tiene miedo a despeinarse. Lo que más me fascina es el barrio de San Roque, donde las casas de indianos lucen palmeras y fachadas de colores que parecen gritar que sus dueños hicieron fortuna en las Américas.

Pero mi rincón favorito, donde el viento te despeina las ideas, es O Cargadero. Es una estructura metálica que se asoma al vacío sobre la ría, un antiguo muelle de carga que hoy es el mejor balcón del mundo para ver cómo el agua se vuelve turquesa. Es uno de esos pueblos bonitos cerca de Foz donde puedes pasar de la elegancia burguesa al esqueleto industrial de hierro en solo diez minutos de caminata.
Burela
Confieso que Burela no es el típico lugar de postal retocada, y precisamente por eso me encanta: aquí el protagonista absoluto es el puerto pesquero. Es un espectáculo visual ver los barcos de colores atracados y el trajín de las cajas de bonito cuando es temporada.

Tienes que subir al barco-museo Bonitero Reina del Carmen, que está amarrado permanentemente y te permite cotillear cómo vivían los marineros en alta mar sin marearte. No es postureo, es la vida real con sabor a hierro y redes secándose al sol. Entre los pueblos bonitos cerca de Foz, Burela destaca por esa honestidad brutal de quien vive de cara al Cantábrico y no pide permiso para ser como es.
San Ciprián
A San Ciprián lo llaman «la península de la paz» y, aunque suene a eslogan, cuando ves sus tres playas rodeando el casco urbano, entiendes el porqué. Lo que más me sorprendió fue la zona del Faro de Punta Atalaia, donde las rocas tienen formas tan caprichosas que parecen esculturas abandonadas por un gigante.

Me senté un rato allí a escuchar el rugido del mar chocando contra el granito, un sonido que te limpia los pensamientos de golpe. Es un sitio que huele a marisco fresco y a salitre antiguo, ideal para caminar sin rumbo hasta encontrar la estatua de la Maruxaina. Si buscas pueblos bonitos cerca de Foz que conserven esa esencia de aldea marinera de casas bajas y ritmo lento, este es tu sitio.
Mondoñedo
Dejamos la costa y, de repente, la bruma se vuelve más espesa y el paisaje se tiñe de un verde casi fluorescente. Mondoñedo es una ciudad que parece atrapada en un sueño de Álvaro Cunqueiro, con su catedral «arrodillada» (porque es bajita y ancha para no destacar sobre la plaza) dominando todo.

Caminar por el barrio de Os Muiños es como retroceder tres siglos, con el agua corriendo por canales laterales y el olor a pan caliente saliendo de los hornos tradicionales. Te juro que el sabor de su famosa tarta de hojaldre y cabello de ángel debería estar protegido por la UNESCO. Es un lugar donde el tiempo no corre, simplemente se sienta a ver cómo la lluvia fina humedece la piedra caliza de sus palacios.
Viveiro
Viveiro es el hermano mayor, ese que lo tiene todo: una muralla medieval que resiste el paso de los siglos y una ría que parece un lago. Me perdí por sus calles estrechas, cruzando la Puerta de Carlos V, y acabé en la Plaza Mayor sintiéndome un extra en una película de época.

Lo mejor es cruzar el Puente de la Misericordia al atardecer, cuando las luces de los edificios se reflejan en el agua y todo adquiere un tono dorado de película. Si tienes piernas, sube al monte San Roque para ver la ría desde arriba; te aseguro que la panorámica te deja sin aliento. Es el cierre perfecto para esta ruta, un pueblo que combina la solera de la historia con el bullicio de sus tabernas llenas de gente local tomando un ribeiro.