Llegar a Soria es como bajar el volumen del día y oír el Duero respirando a la orilla. La luz pega suave en la piedra, la gente camina sin prisa por El Collado y el aire huele a pan y a hoja húmeda cuando te acercas a La Dehesa. Merece la pena visitar Soria: está en Castilla y León, pequeña y muy paseable, con románico por todos lados y un río que te acompaña como un buen vecino. En diez minutos pasas de una plaza con soportales a un sendero entre chopos. Si te gusta mirar fachadas, sentarte en bancos y comer bien, aquí no te vas a aburrir.
¿Merece la pena visitar Soria?
Sí, y no por una sola razón. Es la mezcla: ambiente tranquilo, patrimonio a mano y vida local que no se disfraza para el turista. El paseo junto al Duero hasta la ermita de San Saturio es de esos que te reconcilian con tu reloj interno; vas entre árboles, salta el agua, y la ermita aparece pegada a la roca como si siempre hubiese estado ahí. Merece la pena visitar Soria solo por ese rato de camino y silencio.
La comida ayuda. Si te cruzas con un bar que fríe torrezno de Soria, entra. Con IGP europea y producción al alza, es panceta con arte: corte crujiente, interior tierno, y un olor que te hace prometer “solo uno” y terminar pidiendo otro. Aquí es símbolo, economía y conversación. Yo caí de cabeza.
Y luego está la historia. A 8 km tienes Numancia, la herencia celtíbera que los romanos no pudieron doblegar hasta el final. Si te tira lo arqueológico, es una excursión perfecta desde la ciudad y un buen contrapunto a los bares.
Lugares bonitos en Soria
Calles y rincones con encanto
Me gusta empezar por La Alameda de Cervantes (La Dehesa), el parque que los sorianos cuidan como salón de casa: avenidas arboladas, praderas para tirarse y ese Árbol de la Música que parece sacado de una película. Desde allí sales directo al Collado y acabas en la Plaza Mayor, con soportales donde el sol encuentra sombra y tú encuentras café. Merece la pena visitar Soria también por estos paseos sin mapa, a ritmo de banco y farola.
Historia y monumentos
Apunta la Concatedral de San Pedro y su claustro románico: sobria por fuera, serena por dentro, con ese punto de piedra que te baja las revoluciones. Si te queda tiempo, el Monasterio de San Juan de Duero y su juego de arcos es fotogénico sin esfuerzo. Cierra el día volviendo al río y mirando la ermita de San Saturio reflejada en el agua.
Vida local
El latido diario se siente en La Dehesa cuando los niños corren, en los kioscos que venden prensa y en las terrazas que sacan conversación con cada ración. Si pasas en otoño, crujen las hojas; si vas en invierno, las fuentes se quedan casi quietas; en primavera huele a rosaleda. Es el pulmón de la ciudad y el lugar donde entiendes por qué aquí no hay prisa. Luego, un paseo por el Collado y otro café en la Plaza Mayor, y ya eres de la casa.
Una escapada alrededor
Numancia está a tiro de piedra y pone contexto a todo: resistencia, terreno, memoria. Si quieres naturaleza, en la provincia te espera la Laguna Negra y el parque glacial de Urbión, un paisaje oscuro y precioso en días nublados y de verde brillante cuando abre el cielo. No hace falta hacer grandes rutas: con asomarse basta para entender el carácter.
Comer y quedarse un rato
Aquí mandan los torreznos (lo repetiré porque lo merece), pero también la cuchara y la setas cuando toca. En bares sencillos salen cosas serias, y se nota que el producto importa. La IGP ha dado impulso y orgullo, y tú lo notas en el plato. Pan, vino, y a seguir caminando.
Lo que pienso de Soria
Soria no te grita; te habla bajito y te enseña lo que es vivir bien un día normal. Paseas, comes, miras piedra y verde, y piensas que aquí las cosas encajan sin hacer ruido. Si buscas un fin de semana sin complicaciones, con historia a dos pasos y cafés donde el camarero ya te saluda a la segunda, hazte el favor y ven. Merece la pena visitar Soria: por el Duero, por La Dehesa, por San Saturio, por Numancia… y por esa sensación de casa que te llevas de vuelta.