¿Merece la pena subir a Bulnes? Opinión sincera

Bulnes está encajado en un valle estrecho de los Picos de Europa, con casas de piedra, tejados rojos y ese silencio que suena a agua y campanos. Llegas y el aire cambia: más limpio, más frío, más tuyo. Miro alrededor y me sale una sonrisa tonta. Merece la pena subir a Bulnes.

No por tachar un “pendiente” de la lista, sino porque aquí no hay prisa y las montañas mandan. Gente poca, pero amable; perros dormidos al sol; una terraza que sabe a sidra y a queso Cabrales. Si te imaginas un lugar donde las calles huelen a pan caliente y a piedra antigua, es este. Caminas sin mapa, pasas un puente, escuchas el río y piensas: “esto no es postureo, es carácter puro”.

Y cuando el Picu asoma detrás del tejado, entiendes por qué tantos vuelven.

¿Merece la pena visitar Bulnes?

Sí. Merece la pena subir a Bulnes porque conserva algo que muchos sitios han perdido: autenticidad. Aquí la vida se mide en pasos cortos, en conversaciones con el vecino que te recomienda “el bar de arriba” y en una luz que va girando por las laderas. Yo subí con la idea de “ver qué tal” y acabé quedándome más de lo previsto, sentado en un banco, mirando cómo el pueblo cambia de color a cada nube.

Si vienes por ambiente, lo tienes: es pequeño, recogido y fácil de recorrer. Si buscas gastronomía, hay platos sencillos que reconcilian con el hambre de montaña. Si quieres calma, la hay a litros; si prefieres historia, la cuentan las piedras y los senderos viejos. Y si te tira la montaña, aquí se escucha el apellido Urriellu como quien nombra a un vecino. Poca teoría y mucha práctica: desayunar, caminar, parar, volver a caminar, brindar.

El acceso suele hacerse desde Poncebos por funicular (unos 7–8 minutos, salidas frecuentes; también hay senda por el canal del Texu). Precios, horarios y detalles cambian, pero el esquema es ese: rápido por tren, clásico a pie.

Pueblos y lugares bonitos cerca de Bulnes

Calles y rincones con encanto

Me gusta ir a Poncebos a primera hora. No tiene grandes “postales”, pero es ese nudo de caminos donde todo empieza: cafés tempranos, mochilas, mapas arrugados. Desde allí subes a Bulnes o te vas hacia la ruta del Cares. Pasear sin objetivo por sus márgenes del río es casi terapéutico. Si te quedas en Bulnes, date el capricho de perderte por la Villa y El Castillo (los dos “barrios” del pueblo) y mirar cómo el valle enmarca cada casa como si fuera un escenario.

En serio: Merece la pena subir a Bulnes solo por esos diez minutos en los que el sol rompe la sombra y el pueblo se enciende.

Historia y monumentos

Aquí la “historia” no va de catedrales. Va de caminos. La senda del canal del Texu, antigua arteria del pueblo, te recuerda que durante décadas no hubo carreteras ni atajos: se subía a pie, punto. El funicular cambió la logística (y la vida de los vecinos), pero el relato sigue estando en la piedra, en los puentes y en los muretes que sostienen las huertas.

Si te apetece un extra de épica, asoma la cabeza hacia el Picu Urriellu (Naranjo de Bulnes), faro mineral de toda la zona. En días claros lo ves desde los alrededores del pueblo y te entra la curiosidad de seguir subiendo.

Vida local

Para oler la zona “de verdad”, baja (o sube) a Arenas de Cabrales y cátate un Cabrales que te ponga los pies en la tierra. Si quieres estirar la ruta, acércate a Sotres, que presume —con razón— de ser el pueblo más alto de Asturias: piedra, tejados rojizos y un ambiente de montaña sin maquillajes. Allí las conversaciones van de pastos, nieblas y caminos; y si preguntas por miradores, siempre aparece alguien que te marca uno con el dedo. Sotres funciona como base para arrimarte a más rutas y, si te pones, para tentar al Urriellu con respeto y buen parte meteorológico.

Un consejo práctico para el tramo logístico: el funicular sale de Poncebos, donde el aparcamiento puede quedarse pequeño en días punta. Llega pronto, viaja ligero y no te líes con los horarios; si te apañas mejor a pie, el sendero es precioso pero exigente. Revisa información reciente de tarifas y frecuencias, porque suben y bajan según temporada.

Bulnes, juicio personal

Te diría que Bulnes es “bonito”, pero me quedaría corto. Es un lugar que te baja el volumen interno. No hace falta una lista de “imprescindibles”; basta con estar, mirar y saludar. Si vienes con prisas, lo pasarás bien; si vienes con tiempo, lo recordarás. Yo, que llegué sin expectativas, acabé mirando alojamientos para volver en otoño.

Merece la pena subir a Bulnes. Y sí, lo digo pensando en esa tarde lenta, con la luz rascando la piedra y el vaso de sidra sudando en la mesa, cuando a nadie le importa la hora y todos tienen algo que contar.

Deja un comentario