Zamora es una provincia que se deshace en granito y silencio, una tierra donde el Duero no es solo un río, sino un tajo salvaje que separa mundos. Fermoselle, el pueblo de las mil bodegas subterráneas, cuelga sobre los riscos como si intentara asomarse a Portugal sin caerse.
Te aseguro que aquí el aire huele a jara, a uva Juan García y a esa humedad fría que sube de las rocas cuando el sol empieza a esconderse. Es un paisaje dramático, de bancales imposibles y olivos que parecen retorcerse de dolor y placer a partes iguales. Buscar pueblos bonitos cerca de Fermoselle es, en realidad, seguir el rastro de una frontera líquida que ha esculpido una de las geografías más crudas y bellas de la península. Te confieso que, tras ver el primer cañón, acabé mirando precios de casas viejas solo por tener una ventana abierta a ese abismo verde.
Si dejas atrás los túneles de vino de la capital de Arribes, prepárate para una ruta de vértigo donde el asfalto se estrecha y los miradores te obligan a respirar hondo.
Mirador del Meandro del Río Duero
Antes de alejarte demasiado, tienes que parar en este balcón natural que parece suspendido sobre el vacío. Aquí el Duero decide hacer una curva tan perfecta y cerrada que te hace dudar de si la naturaleza tiene un sentido estético superior al nuestro.

Es uno de esos pueblos bonitos cerca de Fermoselle (o más bien, rincones estratégicos) donde el silencio es tan denso que casi puedes oír el aleteo de las cigüeñas negras. La piedra aquí es de un gris ceniza que contrasta con el azul metálico del agua allá abajo, a cientos de metros. No hay vallas que valgan: es la tierra entregándose al río en una coreografía que lleva repitiéndose milenios mientras tú, simplemente, intentas que no se te caiga el móvil al fondo.
Fariza
Fariza es la calma hecha piedra, un lugar donde el tiempo no corre, sino que se sienta a ver pasar las nubes sobre los Arribes zamoranos. Lo que te vuela la cabeza es el Mirador de las Barrancas, un punto donde el granito se corta a cuchillo y te ofrece una panorámica brutal de los acantilados.

Si caminas por sus senderos, el suelo cruje bajo tus botas y el aroma a tomillo silvestre te acompaña como un perfume persistente. En mi lista de pueblos bonitos cerca de Fermoselle, Fariza ocupa un lugar especial porque conserva esa arquitectura de muros anchos y puertas de madera que parecen blindadas contra el olvido. Es un pueblo honesto, sin artificios, donde la mayor distracción es ver cómo las sombras de las nubes juegan a esconder los cañones del lado portugués.
Bemposta
Cruzar la frontera invisible hacia Portugal te lleva a Bemposta, un pueblo que te recibe con esa melancolía luminosa tan propia de nuestros vecinos lusos. Tienes que buscar el camino que baja hacia la Cascada de la Faya del Agua Alta, un salto que ruge entre la vegetación cuando el invierno ha sido generoso.

El sonido del agua estrellándose contra las rocas te guía mucho antes de que puedas ver el chorro blanco cortando el verde oscuro del barranco. Es una parada obligatoria si buscas pueblos bonitos cerca de Fermoselle que tengan ese punto de humedad y frescor que a veces falta en la meseta. Me sorprendió ver cómo aquí la naturaleza se vuelve algo más selvática, con helechos gigantes y una penumbra fresca que te reconcilia con el mundo tras horas de sol.
Villarino de los Aires
Entramos en tierras de Salamanca y Villarino te recibe con una bofetada de aire puro y unas vistas que quitan el sentido. El Mirador de la Falla y el Mirador del Duero son dos balcones que te permiten entender por qué este pueblo tiene «aires» en su nombre; el viento aquí es un vecino más que nunca se calla.

Desde la barandilla, ves cómo el río se encajona entre paredes de piedra imposibles, mientras los buitres leonados planean a tu misma altura, mirándote con curiosidad de propietario. El pueblo tiene un sabor auténtico, de calles que suben y bajan buscando siempre el horizonte azul del agua. Te aseguro que sentarse allí a ver cómo la luz del atardecer tiñe las rocas de un color galleta es una experiencia que justifica cualquier kilometrada por estas carreteras secundarias.
Vilvestre
Vilvestre es la puerta de entrada a un microclima donde los naranjos crecen junto a los olivos, desafiando la lógica del clima castellano. Tienes que subir al Mirador de la Ermita y al Mirador del Reventón de la Barca, puntos clave para asomarse al corazón del Parque Natural de Arribes del Duero.

Desde el Reventón, ves el embarcadero donde los barcos turísticos parecen juguetes flotando en un mar de agua dulce y calma. Me encantó perderme por sus cuestas empinadas, notando cómo el aire se vuelve más cálido a medida que bajas hacia el cauce del río. Es un pueblo con una luz especial, casi mediterránea, donde los muros de piedra parecen absorber cada rayo de sol para soltarlo suavemente cuando llega la noche.