Pueblos bonitos cerca de Lerma

Burgos es una tierra que se mide en horizontes infinitos y en un frío que, más que molestar, te mantiene despierto, recordándote que aquí la historia se escribió sobre piedra dura. Lerma, con esa silueta herreriana que parece un barco de piedra encallado en la llanura del Arlanza, es el punto de partida perfecto para cualquiera que busque la Castilla más auténtica.

Te aseguro que cruzar el arco de la cárcel y asomarse a su plaza es solo el principio; lo mejor ocurre cuando decides explorar el triángulo que forma con sus vecinos. El aire aquí huele a sarmiento quemado y a cordero asado, un aroma que se te pega a la chaqueta y te acompaña durante kilómetros. Descubrir los pueblos bonitos cerca de Lerma es entregarse a un viaje de carreteras secundarias donde cada torreón parece vigilar que no te olvides de dónde vienes.

Si ya has tapeado por los alrededores del Palacio Ducal, arranca el coche porque el valle del Arlanza y la Ribera del Duero guardan paradas que te van a reconciliar con el mundo.

Covarrubias

Llegar a Covarrubias es como entrar en una ilustración medieval donde la madera y el adobe son los dueños de la calle. Sus casas tienen ese entramado de madera oscura y paredes blancas que parecen haber sido dibujadas con tiralíneas sobre el cielo burgalés.

Confieso que me quedé un buen rato hipnotizado ante el Torreón de Fernán González, una mole de piedra que desprende un aura de leyenda difícil de explicar sin estar allí. Es uno de esos pueblos bonitos cerca de Lerma donde el sonido del río Arlanza marca el paso y el eco de tus pasos sobre el empedrado es lo único que interrumpe la calma. Tienes que entrar en la Colegiata, no por obligación, sino para ver cómo la luz se filtra entre las tumbas de antiguos condes y princesas noruegas.

Caleruega

En Caleruega el silencio tiene una textura diferente, es denso y respetuoso, como si el pueblo entero estuviera en una meditación perpetua. Aquí nació Santo Domingo de Guzmán y eso se respira en el conjunto monumental del monasterio, un lugar de piedra color arena y claustros que invitan a bajar la voz instintivamente.

Me sorprendió la limpieza visual de sus plazas y esa sensación de que cada sillar está en el lugar exacto desde hace siglos. Es el contrapunto perfecto al bullicio de otros lugares, una parada donde el tiempo parece haberse tomado un descanso bajo el sol de Castilla. Si buscas pueblos bonitos cerca de Lerma con una espiritualidad que se palpa en el ambiente, este rincón burgalés te ofrece una paz que hoy en día es casi un artículo de lujo.

Coruña del Conde

Este lugar es una rareza absoluta que te vuela la cabeza en cuanto pones un pie en él. Mezcla sin complejos las piedras romanas de la antigua Clunia con su castillo altivo que domina el cerro, aunque hoy luzca sus cicatrices en forma de ruinas orgullosas.

Desde lo alto de la fortaleza, la vista sobre los campos de cereal es de esas que te obligan a respirar hondo y soltar el aire despacio. Pero la anécdota que más me divierte es la de Diego Marín Aguilera, que saltó desde aquí con unas alas de plumas intentando volar; un toque de locura quijotesca que le sienta de maravilla al pueblo. Es, sin duda, una joya entre los pueblos bonitos cerca de Lerma para quienes prefieren la autenticidad de lo que no ha sido retocado por el marketing turístico.

Peñaranda de Duero

Peñaranda es, para mi gusto, uno de los conjuntos más elegantes de toda la provincia, con una Plaza Mayor que te deja con la boca abierta. El Palacio de los Avellaneda es un festín de artesonados y patios, pero la vista siempre se te escapa hacia arriba, hacia su castillo que corona la peña como una corona de piedra infranqueable.

Subir hasta la torre del homenaje es un ejercicio necesario para entender la importancia estratégica de esta frontera del Duero. Las calles conservan ese aire señorial, con boticas antiguas y farmacias que parecen museos, donde el olor a medicina vieja y madera encerada te transporta a otra época. Es un pueblo que se camina despacio, admirando cómo los escudos nobiliarios siguen vigilando las puertas de madera maciza de las casonas.

Aranda de Duero

Aranda es la capital emocional de la Ribera y el lugar donde el hambre se convierte en una cuestión de estado. Debajo de sus pies se esconde una red de bodegas subterráneas medievales que son un laberinto de túneles donde el vino descansa a una temperatura que parece mágica.

Te aseguro que entrar en una de ellas es descubrir el verdadero corazón de la ciudad, un mundo de tinajas y humedad que huele a fermentación y a historia líquida. No puedes irte sin sentarte en un asador a dar cuenta de un cuarto de lechazo, porque aquí el cordero no es comida, es un ritual religioso. Es una ciudad vibrante, con una iglesia de Santa María cuya fachada es un encaje de piedra tan detallado que podrías pasar horas buscando figuras imposibles.

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