Si te imaginas un lugar donde los inviernos huelen a castañas y los veranos a terraza con vermú, ese sitio podría ser Valladolid. No tiene costa (ni falta que le hace), pero el Pisuerga le da un respiro de agua dulce y la ciudad sabe vivir con calma castellana y gusto por lo cotidiano.
Está en el corazón de Castilla y León, con ese aire de ciudad seria por fuera, pero que cuando te relajas un poco, te deja ver su lado acogedor y sabroso. Aquí no hay postales con palmeras, pero sí plazas llenas de vida, iglesias que se asoman en cada esquina y una gastronomía que no se anda con chiquitas.
Valladolid es más de lo que parece. Una ciudad que no grita, pero te susurra planes: un paseo por la ribera, una tapa de lechazo, un atardecer en la plaza. Todo sin grandes aspavientos. Como quien no quiere la cosa, pero te gana.
¿Merece la pena visitar Valladolid?
Sí. Y no lo digo por compromiso, lo digo porque merece la pena visitar Valladolid si te gustan los sitios que no se maquillan para los turistas. Aquí no te venden folclore en frascos. Lo que ves, es lo que hay. Y es bastante más de lo que esperaba.
Confieso que no esperaba mucho… y salí pensando en volver. Valladolid tiene ese encanto silencioso, de ciudad que no se agobia. Paseas sin esquivar masas, comes bien sin hipotecarte, y todo está cerca. Vas de iglesia en iglesia y de bar en bar sin sudar la gota gorda.
Tiene historia para dar y tomar, plazas con sombra, museos cuidados y una forma de vivir pausada, que se agradece. Además, su gente no va de simpática, es simpática. Merece la pena visitar Valladolid porque te deja espacio, te da tiempo, y nunca te mete prisa.
Y si te gusta el vino, ya ni te cuento.
Lugares bonitos en Valladolid
Cultura e historia (que aquí no faltan)
La Plaza Mayor es el corazón de la ciudad. Amplia, roja, con soportales y terrazas donde te sientas y no te quieres levantar. Justo al lado, el Pasaje Gutiérrez, una galería cubierta con aire parisino, perfecta para un café o para fingir que vives ahí.
La Catedral de Valladolid (la inacabada, sí) impone desde su sobriedad. Al lado, la Iglesia de la Antigua y su torre románica son puro encanto medieval. Y si te gusta el arte con mayúsculas, ve al Museo Nacional de Escultura: no es hype, es espectacular. Más madera que en un bosque, pero todo tallado con precisión de cirujano barroco.
Paseos y rincones tranquilos
El Campo Grande es un parque en pleno centro que parece más grande de lo que es. Hay pavos reales, ardillas y bancos con sombra. Ideal para bajar el lechazo y observar jubilados que podrían escribir novelas.
Y si te apetece un paseo más largo, sigue el curso del río Pisuerga. Hay carriles bici, césped para tirarte a pensar y zonas donde solo se oye el agua. Muy terapéutico, especialmente si vienes de una ciudad que no para.
Tapas, vino y placer sencillo
Irse de tapeo en Valladolid es casi deporte regional. Empieza por la zona de la calle Paraíso, sigue por San Miguel y remata en La Plaza del Viejo Coso, una antigua plaza de toros convertida en patio encantador. Aquí el vermú sabe a gloria y las croquetas tienen memoria.
El lechazo asado es religión, pero si prefieres cosas más ligeras, hay bares con propuestas modernas sin pretensiones. Y si el cuerpo te pide vino, estás en una de las capitales del Ribera del Duero: catas, vinotecas y bares donde el vino se sirve con respeto y sin cursilerías.
Excursiones sin estrés
Desde Valladolid puedes escaparte fácil a sitios como Medina del Campo, con su castillo sobrio y poderoso, o Peñafiel, donde el vino es el protagonista absoluto. Y si te va el rollo más místico, Urueña (la villa del libro) está a tiro de piedra y es puro silencio con encanto.