Si te imaginas un lugar donde en vez de oler a salitre, huele a tapa caliente y vino recién servido, entonces estás visualizando Logroño. Está en La Rioja, tierra de viñas infinitas y cielos amplios, sin costa ni chiringuitos, pero con bares que parecen templos del buen comer.
Logroño es pequeño, manejable, con alma de pueblo grande. No tiene playa, pero tiene el Ebro, que no te baña pero te acompaña. Lo mejor es que aquí no necesitas correr: todo está a un paseo. La vida se vive de barra en barra, con calma, entre gente que no grita pero siempre te dice “hola” al cruzarte.
Su ambiente es tranquilo pero sabroso. Perfecto para escapar del ruido sin caer en el bostezo. Ideal para un fin de semana sin horarios y con estómago agradecido.
¿Merece la pena visitar Logroño?
Sí, sin duda. Merece la pena visitar Logroño incluso aunque no seas fan del vino (aunque si lo eres, prepárate para llorar de alegría). Es una ciudad que no compite, no presume, pero te cuida. Te ofrece calles donde caminar sin esquivar turistas y bares donde comer sin venderte la moto.
Confieso que no esperaba mucho… y salí con las papilas gustativas en éxtasis. Porque lo de Logroño no es sólo comer: es el cómo. Tapas pequeñas, bien hechas, con cariño de abuela y punto canalla. Y todo eso en una calle: Laurel. El nombre suena a planta, pero huele a morcilla y a champiñones a la plancha.
No es una ciudad para selfies con monumentos gigantes, pero sí para sentarte, mirar a tu alrededor y pensar: “Oye, esto está bien”. Merece la pena visitar Logroño porque tiene lo que muchos sitios han perdido: ritmo lento, gente normal, autenticidad sin pretensiones.
Lugares bonitos en Logroño
Comer y callejear (sí, es un plan completo)
Calle Laurel es la estrella. Unas pocas manzanas y más bares que en muchas capitales. Cada sitio tiene su especialidad: el zorropito, el matahambre, el pincho de champis… Si te gusta ir de picoteo, este sitio es Disneyland sin orejas de ratón.
También están las calles San Juan y San Agustín, igual de ricas y un poco menos turísticas. Y entre tapa y tapa, no subestimes el paseo: el casco antiguo es compacto pero lleno de rincones con encanto.
Cultura e historia
La Concatedral de Santa María la Redonda te recibe con dos torres que parecen una coronita de azúcar. Bonita por fuera y sobria por dentro. A dos pasos, el Museo de La Rioja, gratis y perfecto si te pilla una nube traicionera. Pequeño, sí, pero bien contado.
Si te gustan las leyendas, la Iglesia de Santiago es parada obligatoria: símbolo del Camino de Santiago, con su propio bordón y un aire de historia viva. Y si te das una vuelta por el puente de Piedra, el Ebro te saluda tranquilo, como diciendo: “No tengo mar, pero mírame qué reflejo”.
Paseos y naturaleza cercana
El Paseo del Espolón es un parque urbano con bancos, sombra y abuelos jugando al mus. Muy castizo. Si sigues caminando hacia el Ebro, llegas al Parque del Ebro, con caminos amplios, patos despistados y gente paseando al perro o la vida.
¿Quieres aire de campo sin salir de la ciudad? Ve al Monte Cantabria, una colina con vistas a Logroño, restos arqueológicos y ese olor a campo seco que solo huele bien en el norte.
Excursiones con copa en mano
Y si tienes coche (o ganas de tren corto), las bodegas de La Rioja están a un suspiro. Desde Haro hasta Briones, pasando por Laguardia, puedes pasarte el día entre barricas y viñedos, viendo paisajes de catálogo y catando sin miedo.
Incluso sin moverte de Logroño, muchas bodegas urbanas ofrecen visitas rápidas con final feliz en forma de copa. Porque sí: en Logroño, el vino no se esconde, se celebra.
Nuestra opinión sobre si merece la pena visitar Logroño
Merece la pena visitar Logroño si buscas un lugar que no te pida nada, pero te dé mucho. No hay playa, ya lo sabemos, pero tampoco hay prisas, ni aglomeraciones, ni decepciones escondidas tras luces de neón.
Esto no es postureo, es puro norte en zapatillas. Con buen comer, buen beber y calles donde nadie corre porque ya llegaron hace rato.
Y si al final te vas pensando en volver, tranquilo: nos ha pasado a muchos.