Si te imaginas un lugar donde las calles huelen a sal y a calamares recién fritos, donde los gatos duermen a la sombra de murallas viejas y el agua es tan clara que puedes ver hasta tus ganas de quedarte… entonces estás visualizando Tabarca.
Esta islita, la única habitada de la Comunidad Valenciana, pertenece a la provincia de Alicante y está a un salto en barco desde Santa Pola o Alicante ciudad. No busques hoteles con mil estrellas ni beach clubs con DJ suecos: aquí el plan es otro. Más lento, más salado, más real.
El pueblo es diminuto, rodeado por murallas que parecen de decorado, pero son de verdad. Las calas tienen más rocas que arena, sí, pero el agua te abraza igual. Y la vida local… es un señor pescando, una abuela colgando la ropa, un gato espachurrado en una silla. Tranquilo todo, como si el reloj se hubiera jubilado hace tiempo.
¿Merece la pena ir a la Isla de Tabarca?
Sí. Merece la pena ir a la Isla de Tabarca, sobre todo si necesitas aire. Aire literal y aire mental. No vas a encontrar discotecas ni tiendas de marca. Pero sí esa paz rara de los sitios que no compiten por likes.
Confieso que no esperaba mucho… y salí con arena hasta en el alma (en el buen sentido). Tiene algo que te baja las pulsaciones. Quizá porque todo está cerca, todo es sencillo. Caminas descalzo, comes bien, te bañas, y de fondo solo se escucha el mar y alguna conversación en valenciano.
Además, conserva algo que se ha ido perdiendo en muchos sitios: autenticidad. Aquí nadie está fingiendo que vive en una postal, simplemente viven. Las fachadas no están perfectas y las sillas de los bares son de plástico, pero las sardinas saben a gloria y el sol se pone sin filtros.
Así que sí: merece la pena ir a la Isla de Tabarca. Aunque sea solo un día. Aunque sea para no hacer nada.
Lugares bonitos en Isla de Tabarca
Playas y calas
La Playa Central es la más cómoda si vas con niños o si te gusta tener chiringuito cerca. Arena, aguas transparentes y bastante gente en verano, aviso.
Pero si te apetece algo más salvaje, busca las calas del sur. Son de roca, sí, pero las vistas compensan. El agua parece de piscina y suele haber menos gente. Ideal para flotar, pensar en nada o practicar el noble arte del espatarre sobre toalla.
También puedes caminar hacia la zona más estrecha de la isla, donde está la Playa de la Cantera. Menos conocida, con encanto rústico, y muy buena para esnórquel.
Paseos y naturaleza
Hay un camino de tierra que recorre la isla de punta a punta. Lo llaman pomposamente “sendero”, pero es básicamente una caminata sin cuestas, con vistas al azul por los dos lados.
El paisaje es seco, salino, y lleno de chumberas. Si vas a media tarde, cuando el sol empieza a bajar, es un espectáculo. Y si te gusta mirar al cielo, ojo: Tabarca es Reserva Marina y se respira como si te hubieras quitado años de encima.
Cultura e historia
El pueblo amurallado es pequeño pero encantador. Las murallas son del siglo XVIII y le dan ese aire de fuerte costero que te hace sentir en otra época. No esperes un castillo ni guías con paraguas, pero sí callejuelas, casas encaladas y puertas con ropa tendida.
Visita la Iglesia de San Pedro y San Pablo, que está casi siempre cerrada pero impone con su fachada sobria. Y asómate al faro al atardecer. No puedes entrar, pero las vistas son de las que hacen que te olvides del móvil.
No te pierdas el Museo Nueva Tabarca, aunque sea pequeño. En diez minutos te cuenta cómo esta isla fue refugio de piratas y luego hogar de pescadores genoveses. Hay algo bonito en eso: un lugar con pasado, pero sin pretensiones.
Si me preguntaras mañana si merece la pena ir a la Isla de Tabarca, te diría lo mismo: sí, pero sin prisa. No vayas con hambre de monumentos ni con la agenda llena. Vete con ganas de sol, de silencio, de caminar sin mapa.
Esto no es postureo, es puro Mediterráneo en zapatillas.
Y en verano, mejor si son chanclas.